No soy mucho de redes sociales. Me pone más mostrarme en directo. Sé que mi actitud está fuera de la corriente masiva de diseñadores y personas que hacen cosas bonitas para los demás. No sé, llamadme floja, o pasiva, o con cortas miras de expansión. Y creo que puede haber algo de verdad en esas calificaciones. En verdad, no me interesa esta competición. Lo decidí sin querer desde el principio de mi trayectoria laboral. O quizá desde que entendí que mis padres habían luchado como auténticos guerreros, en una batalla injusta, donde sólo pudieron recoger el premio de unos hijos sanos y un hogar digno. Muy a consta de un deterioro desproporcionado a mi parecer. Sin embargo, como hija de una familia humilde te digo, que siempre supe que había ambición dentro de mi. Una ambición algo distinta a lo que yo había aprendido por ese término tan malogrado.
En mis comienzos, fui descubriendo lo que para entonces eran los “likes”. En esa época descubrías pronto, que como en muchas profesiones intelectuales, era importante codearse de gente conocida, y también de hacer trabajos para gente con apellidos conocidos, y también intentar estar en los eventos más conocidos, y conocido, y conocida, y conocidos, …y desconocidos también eran. Lo hice, y no me llenó en absoluto el lugar que yo necesitaba llenar para ser feliz en mi profesión. Y como creí ser dueña de mi vida y de lo que hacía con ella, giré en el siguiente cruce hacia
un camino que no estaba asfaltado. Andaba sin rumbo pero sabiendo que sabía que no quería en mi día a día y en mi relación con mi profesión y mi propia vida. Ahora los desconocidos y sus “me gustas”, son al parecer el baremo de lo que vales. Pero sabes?, en mi camino de cabras me puse en “modo avión” para no distraerme con esas cuestiones.
Todo el camino que andaba me cuestionaba mi forma de trabajar, de cobrar por mis trabajos, mi talento real, mi proyección, mi imagen, mi verdad, lo que era realmente de provecho para los demás. Y me daba y daba sin sentir nunca que llegaba a ningún nivel establecido. Como si el marcador de mi equipo estuviera estropeado durante la partida más larga. Y cuanto más me comparaba con los demás, menos me veía a mi misma. Igual que cuando vuelas en un sueño pero sin controlar el destino del viento.
Ese viento me dio muchos tumbos, busqué aliados que tuvieran el mismo latir que el mío. Igual así todo tenía más sentido. Me embriagaba cada proyecto, cada solución planteada. Pero volvía a caer en las garras del marcador. El camino me llevaba de nuevo a la casilla de salida. Y por el camino me encontraba de todo. Eso si, todo absolutamente todo, ha sido muy provechoso en mi vida. También en mi trabajo y sobre todo en mis siguientes decisiones.
Esta vida es como un juego, ¿no crees? pero desde mi punto de vista ni se gana ni se pierde. Solo se adquieren experiencias y conocimientos, que si empleas en tu beneficio, serás siempre exitosa. Al menos a tu criterio y a tu conciencia, que en verdad, es lo único que importa.
Que conste que soy una persona que le gusta vivir en comunidad. Disfruto aportando lo mejor de mí en la sociedad inmediata para crear, solucionar, cuidar…Pero eso, aclaro, que para mi la sociedad inmediata significa literalmente, con los que me vaya cruzando en mi vida. No pretendo buscar más allá por dinero o por estatus social. Ambas cosas estén o no estén, no te hacen mejor persona ni profesional. Eso te lo aseguro.
Sin embargo, y por reflexionar más sobre el presente y el concepto de cerca y lejos, hace un año y medio, decidí mudarme con mi marido y mi hija, a un pueblo de la sierra de Sevilla, donde cada vez que íbamos de vacaciones, mi cuerpo y mi mente tenía una reacción. Y esta era positiva en el fondo. En cada viaje o me daba tortícolis, o pillaba una gripe, o me daba por dormir como si nunca lo hubiera hecho. Yo era una forastera con acento almeriense, con costumbres no muy dadas en este lugar y con un trabajo que la mayoría veían como algo sofisticado e inaccesible. Quizá algunos pensaran que me lo inventaba y que en realidad no daba un palo al agua. Cuando no conoces un mundo, a veces o lo rechazas o lo niegas. En fin, que llegamos al pueblo, y llegábamos sin fecha de vuelta. Y aunque la ilusión por un nuevo amanecer estaba en mi, no ha sido
nada fácil. Aunque por la mañana te despierten los pájaros, o las campanas de la iglesia sean una especie de informativo. Aunque puedas mirar a los ojos de quien te cruzas y saludarle con su nombre. Aunque no cojas casi nada el coche para tu día a día. Aunque te pares antes de comer a tomarte una cervecita fresquita en el bar de enfrente de tu casa de planta baja. Aunque tu hija ande por la calle sola con tan solo 7 años y no haya ningún tipo de peligro. Aun así, no fue fácil.
Quizá no fue fácil porque arrastramos, vayamos donde vayamos, las puñeteras enfermedades del siglo. Y no es solo “la dignidad social del estrés” si no “El qué dirán” y “el miedo a equivocarse”. Es increíble como nos pesa a veces. Si me voy, si me quedo, si cambio, si no cambio, si tengo hijos, si no tengo más, si no llevo ropa adecuada, que si el coche, el pelo, la talla, la casa, el bolso, los zapatos…..dios! ¿de verdad? Eso es la realidad que me intentan imponer, pero desde que nací tengo tendencia a no conformarme con lo que me toca. Como he nombrado en renglones anteriores, tengo mi particular forma de mirar la vida ambiciosamente. Si considero que puedo mejorar mi entorno o mis relaciones o mi trabajo o mis proyectos, ten por cuenta que por lo menos lo voy a intentar. Yo quiero desaprender todo esto que también me toca. Estas enfermedades son para mi aún peores que la pandemia del covid19. Al menos este virus nos da un mensaje de igualdad que aún nos cuesta pillar. ¿O tu número de seguidores te hacen inmune a esto? O ¿quizá te inmunice tu apellido? No, ya entiendo, ahora jugamos también con este concepto. Si te contagias eres más “descuidado” por lo tanto pecaminoso o indigno. Pero por dios bendito, que no sabemos qué inventar para castigarnos entre nosotros. En fin.
Quiero ser una persona inmune a esas enfermedades, que sé, que matan la ilusión y las ganas a muchísimas personas a mi alrededor. A mi la primera en muchas ocasiones.
Valoro la oportunidad que tengo de poder pensar creativamente y poder ponerlo al servicio de los demás. Valoro a las personas que muestran vulnerabilidad y capacidad de pedir ayuda aunque sean grandes y talentosos. Valoro la fidelidad en los corazones puros de intenciones, desprovistos de intereses en los dobleces y con letra pequeñita ilegible. Y todos sabemos todos los conceptos y atributos que debemos adquirir para acercarnos cada día más a esto. Y no voy a citarlo aquí, porque ya estamos bastante instruidos de frases bonitas en internet. Pero sí, nadie puede cuestionar que es real y es el único camino que quiero transitar para llegar con mi trabajo y mi existencia, y con toda la calidad posible, donde me necesiten y reclamen.
Y una mañana llegó, como dice la canción. Y se me habían quedado en el camino tantas cosas. Aún quedaba en mi garganta el sabor del anonimato cuestionado, el de la traición más inesperada y el del mayor éxito sin recompensa. Me miré al espejo y busqué un motivo por el que creer que algo bueno podía hacer ese día. Empecé por opinar sobre temas desconocidos sin temor a equivocarme. Seguí por pensar de verdad en qué podía hacer por la mejora de la vida ajena. Esa vida ajena que había decidido que me afectara. Esa que me saludaba por la mañana cuando iba a comprar el pan. Esa que escuchaba quejarse por problemas mundanos y con posible solución. Esa que no me conocía y me daba miedo su rechazo, por supuesto. Esa que quizá pensaba de mi, que yo no los necesitaba. Que yo tenía como objetivo cosas más importantes. Y en el fondo no
se equivocaban, porque yo venía a ocuparme de lo que para mi era, lo más importante.
Mientras tanto de este tetrix, me interrumpían unas preguntas: ¿qué tenía que ver todo esto con mi trabajo? ¿por qué era incapaz de sentarme con mis proyectos? Y como no supe leer entre líneas, el cuello me respondió una vez más y me dijo: ¿tanto miedo tienes a fallarle a las personas que no te puedes permitir escucharte un poco? Si tan segura estás de que hay dentro de ti una verdad que aún no has dejado salir, ¿porqué no permites que todo pare y deje espacio a eso tan escondido y nuevo? Si ya sabes como se siente el no poder parar, el aliento de la competencia y el rechazo anónimo sobrevalorado. Prueba con personas de verdad, lo mismo, te sorprende cuanta creatividad puedes aportar mientras vives.
Y empezaron los encuentros y desencuentros con ángeles y demonios. La pandemia seguía sin dejar que todo volviera a arrancar con fuerza. Pero ese medio gas tenía un buen latir para mi. Me daba por un lado la oportunidad de ir a mi ritmo. A veces bala y otras losa de mármol. Como la vida misma. Y continué ejerciendo a distancia mi profesión de tantos años y tantos proyectos. Porque seguía teniendo la confianza de personas que me importaban. Esas personas merecían mi respeto y lo tenían. Y lo mejor de todo, es que me demostraron, y me siguen demostrando, que tengo el suyo. O por lo menos entienden y saben que mi profesión es sólo una más de mis facetas como persona.
Esta persona, necesita estar conectada a una belleza real de las cosas. A una energía que se les devuelve en cada palabra que les dedico, con la mejor intención de ayudarles.
He pedido muchas veces perdón por no poder separar mi vida de mi profesión, y creo que cada día que pasa, y en cada proyecto que intervengo, veo más claro el sentido de mi unión con todo.
Es lo que soy. Es lo que ofrezco. Es lo que me permite vivir y crear. Y aunque pido perdón por no haberlo descubierto antes, doy las gracias por ayudarme a descubrirlo.
Ahora sé que no soy interiorista con la definición exacta del diccionario. He decidido ser la Rosalía del interiorismo, y ofrecer este concepto a mi manera. Con la influencia de todo lo estudiado, todo lo vivido y todo lo fallado. Y así, quien me busque, sepa que ese interiorismo que hay en mi, puede aprovecharse para muchos proyectos de distinta índole.
El proceso de hacer una cuestión, buscar los limites y soñar una solución que sea útil, bella y proporcionada, puede darse en muchos proyectos muy lejanos también a la decoración.
Al final todo se reduce, a un entrenamiento de la mente y su procesamiento de la información. Esta tiene que buscar las conexiones más compatibles, en la unión de una necesidad y una posible solución. Y si mientras descubres el pastel, lo adornas con motivos de sonrisas y cariño, el viaje a la ayuda correcta, será más corto. Y como ya sabéis quien me conocéis, no me gusta perder mi tiempo.
Tal como hoy, viernes 21 de Enero de 2022, metida en la cama con pronóstico de covid19, variante omicron.
Fotografía de @_romenendez